Los perdedores, incomprendidos y solitarios de la segunda posguerra del siglo XX tuvieron un actor fetiche en la figura de Montgomery (Monty) Clift.
Su conflictiva vida, sombreada por las hondas dudas sobre su propia persona y la depresión, constituyó un espejo en el que se miró mucha gente con problemas, y el arte que mostró en el cine, indisoluble de su biografía personal, una influencia capital para las nuevas generaciones de actores que, como él, quisieron llevar el método Stanislavski (actuar desde dentro hacia afuera, dejar que las experiencias personales ayuden a construir el personaje) al falsario acting del cine convencional. Interpretó a seres que se tambaleaban por la sociedad desarraigados, aislados y torturados por sus miedos, papeles interesantes para un actor, pero también reflejos de su propia existencia.
El Monty real y sus personajes ficticios confluían en una mirada sin igual. Los ojos de Montgomery Clift son inacabables, en un punto intermedio entre la razón y la locura, una mirada que rompe el plano y penetra en nuestras emociones. ¡Qué diálogos escribir para un actor con esa mirada!¡Ninguna frase ocurrente podía hacer sombra a los ojos más emocionantes de la historia del cine!
Montgomery Clift (nacido en Omaha, 1920), fue un joven prodigio del Broadway de los años treinta y cuarenta. De infancia solitaria y dominada por una madre que lo alejaba de los demás niños mediante viajes a Europa y tutores particulares, pronto se interesa por el teatro, y se convierte en profesional a los 14 años. A los 17 ya actúa en Broadway y ejerce de modelo para fotógrafos, trabajo que él odia aunque paradójicamente le hará interesarse por el mundo de la fotografía.
En 1942 conoce a Mira Rostova, extraña actriz mayor que él, que ejercerá de maestra o manager de Monty durante muchos años, condicionando su carrera y sus métodos de trabajo (para asqueo de los directores), tal y como había hecho su madre. Otra persona influyente en su vida fue Libby Holman, que también forzó a Monty a tomar ciertas decisiones importantes en su carrera.
Elia Kazan le confiará la representación teatral La piel de nuestros dientes. En 1948, ya consagrado en Broadway, debuta en el cine con Los ángeles perdidos (de Fred Zinneman) y poco después rueda el western de Howard Hawks Río rojo. Para entonces, Monty ya tenía problemas en ocultar su homosexualidad (aunque también se le veía a menudo con mujeres); esa condición, sumada a su fragilidad, no fue del agrado de los machotes John Wayne (protagonista de Río Rojo) y Howard Hawks. Pero Clift trataba de centrarse en su trabajo, para el cual aprendió a montar, lanzar lazos a distancia como los cowboys y a guiar ganado.
Su carrera despegó rápido en un Hollywood en pleno relevo generacional de actores, aunque Monty siempre odió el star system y su vacuidad, y siguió viviendo en Nueva York.
La mala influencia de Mira Rostova es la culpable de que Clift rechazara el papel de escritor en El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder, a finales de los cuarenta. En 1949 interpreta junto con Olivia de Havilland La Heredera, adaptación de Henry James.
Entrada la nueva década, enferma de colitis. Siempre fue propenso a la enfermedad, una diarrea
crónica por ejemplo, le permitió ahorrarse el servicio militar. Para paliar el dolor, empezará a abusar del alcohol y las pastillas.Su siguiente film importante será Un lugar bajo el sol (ganadora de seis Oscar), donde conocerá a Elizabeth Taylor, su mejor amiga, y quien mejor entenderá la idiosincrasia de Monty.
Hitchcock se lo lleva a Quebec para interpretar al sacerdote acosado por el policía Karl Malden y por el secreto de confesión de un criminal en Yo confieso, de 1953.
De aquí a la eternidad es otro de sus films importantes gracias al empeño que tuvo su director Zinneman en que Monty lo protagonizara, junto con otras estrellas como Burt Lancaster y Frank Sinatra, con quien el actor se corrió unas buenas juergas. Estación Termini fue un arriesgado proyecto que une al productor de Hollywood David O.Selznick con el director neorrealista Vittorio de Sica, con un guión de Truman Capote y Cesare Zavattini, y Monty compartiendo pantalla con la musa de O. Selznick Jennifer Jones.
Por esta época, Monty rompe relaciones con la insoportable Rostova. En 1954, al salir de una fiesta en casa de Elizabeth Taylor, estrella su coche contra un poste de teléfonos, en un accidente gravísimo que le desfigura el rostro, lo hunde en la depresión y la bebida y lo mantiene alejado del cine durante muchos meses.
Con un rostro a salvo gracias a intervenciones de cirugía (aunque media cara le quedó semi paralizada), vuelve al candelero con films como El baile de los malditos (1957), o De repente el último verano (1959), en el rodaje de la cual Monty no deja de beber hasta que al director Joe Mankiewicz se le agota la paciencia. No lo echan del film gracias a la intervención de su amiga Elizabeth Taylor y de Katharine Hepburn.
Elia Kazan conseguirá mantenerlo sobrio durante la producción de Río Salvaje (1960), pero en Vidas rebeldes, de John Huston (1961), Monty ya está montado en su espiral descendente sin retorno, en un rodaje donde las otras dos estrellas Clark Gable y Marilyn Monroe se encuentran también en el ocaso de sus vidas. Monroe y Clift en concreto, apenas pueden recordar las líneas de diálogo en cada toma.
Hundido en sus conflictos personales y abandonado por sus amigos, hartos de su impredecible comportamiento, Clift borda su último momento cinematográfico de entidad en el film Vencedores y vencidos, donde durante tan solo diez minutos interpreta a una víctima de los experimentos de esterilización de los nazis. No fue este su último film, pero sí el mejor testamento posible. Ver al personaje de Clift (que rechazó el papel protagonista de fiscal y prefirió realizar este pequeño trabajo gratis) es verle a él mismo en su peor momento.
Morirá en 1966 de un infarto, justo cuando, gracias una vez más a Elizabeth Taylor, parecía que iba a salir a flote con un papel en el film Reflejos de un ojo dorado, que acabó interpretando Marlon Brando.
Por Marc Monje.
Su conflictiva vida, sombreada por las hondas dudas sobre su propia persona y la depresión, constituyó un espejo en el que se miró mucha gente con problemas, y el arte que mostró en el cine, indisoluble de su biografía personal, una influencia capital para las nuevas generaciones de actores que, como él, quisieron llevar el método Stanislavski (actuar desde dentro hacia afuera, dejar que las experiencias personales ayuden a construir el personaje) al falsario acting del cine convencional. Interpretó a seres que se tambaleaban por la sociedad desarraigados, aislados y torturados por sus miedos, papeles interesantes para un actor, pero también reflejos de su propia existencia.
El Monty real y sus personajes ficticios confluían en una mirada sin igual. Los ojos de Montgomery Clift son inacabables, en un punto intermedio entre la razón y la locura, una mirada que rompe el plano y penetra en nuestras emociones. ¡Qué diálogos escribir para un actor con esa mirada!¡Ninguna frase ocurrente podía hacer sombra a los ojos más emocionantes de la historia del cine!
Montgomery Clift (nacido en Omaha, 1920), fue un joven prodigio del Broadway de los años treinta y cuarenta. De infancia solitaria y dominada por una madre que lo alejaba de los demás niños mediante viajes a Europa y tutores particulares, pronto se interesa por el teatro, y se convierte en profesional a los 14 años. A los 17 ya actúa en Broadway y ejerce de modelo para fotógrafos, trabajo que él odia aunque paradójicamente le hará interesarse por el mundo de la fotografía.
En 1942 conoce a Mira Rostova, extraña actriz mayor que él, que ejercerá de maestra o manager de Monty durante muchos años, condicionando su carrera y sus métodos de trabajo (para asqueo de los directores), tal y como había hecho su madre. Otra persona influyente en su vida fue Libby Holman, que también forzó a Monty a tomar ciertas decisiones importantes en su carrera.
Elia Kazan le confiará la representación teatral La piel de nuestros dientes. En 1948, ya consagrado en Broadway, debuta en el cine con Los ángeles perdidos (de Fred Zinneman) y poco después rueda el western de Howard Hawks Río rojo. Para entonces, Monty ya tenía problemas en ocultar su homosexualidad (aunque también se le veía a menudo con mujeres); esa condición, sumada a su fragilidad, no fue del agrado de los machotes John Wayne (protagonista de Río Rojo) y Howard Hawks. Pero Clift trataba de centrarse en su trabajo, para el cual aprendió a montar, lanzar lazos a distancia como los cowboys y a guiar ganado.
Su carrera despegó rápido en un Hollywood en pleno relevo generacional de actores, aunque Monty siempre odió el star system y su vacuidad, y siguió viviendo en Nueva York.
La mala influencia de Mira Rostova es la culpable de que Clift rechazara el papel de escritor en El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder, a finales de los cuarenta. En 1949 interpreta junto con Olivia de Havilland La Heredera, adaptación de Henry James.
Entrada la nueva década, enferma de colitis. Siempre fue propenso a la enfermedad, una diarrea
crónica por ejemplo, le permitió ahorrarse el servicio militar. Para paliar el dolor, empezará a abusar del alcohol y las pastillas.Su siguiente film importante será Un lugar bajo el sol (ganadora de seis Oscar), donde conocerá a Elizabeth Taylor, su mejor amiga, y quien mejor entenderá la idiosincrasia de Monty.
Hitchcock se lo lleva a Quebec para interpretar al sacerdote acosado por el policía Karl Malden y por el secreto de confesión de un criminal en Yo confieso, de 1953.
De aquí a la eternidad es otro de sus films importantes gracias al empeño que tuvo su director Zinneman en que Monty lo protagonizara, junto con otras estrellas como Burt Lancaster y Frank Sinatra, con quien el actor se corrió unas buenas juergas. Estación Termini fue un arriesgado proyecto que une al productor de Hollywood David O.Selznick con el director neorrealista Vittorio de Sica, con un guión de Truman Capote y Cesare Zavattini, y Monty compartiendo pantalla con la musa de O. Selznick Jennifer Jones.
Por esta época, Monty rompe relaciones con la insoportable Rostova. En 1954, al salir de una fiesta en casa de Elizabeth Taylor, estrella su coche contra un poste de teléfonos, en un accidente gravísimo que le desfigura el rostro, lo hunde en la depresión y la bebida y lo mantiene alejado del cine durante muchos meses.
Con un rostro a salvo gracias a intervenciones de cirugía (aunque media cara le quedó semi paralizada), vuelve al candelero con films como El baile de los malditos (1957), o De repente el último verano (1959), en el rodaje de la cual Monty no deja de beber hasta que al director Joe Mankiewicz se le agota la paciencia. No lo echan del film gracias a la intervención de su amiga Elizabeth Taylor y de Katharine Hepburn.
Elia Kazan conseguirá mantenerlo sobrio durante la producción de Río Salvaje (1960), pero en Vidas rebeldes, de John Huston (1961), Monty ya está montado en su espiral descendente sin retorno, en un rodaje donde las otras dos estrellas Clark Gable y Marilyn Monroe se encuentran también en el ocaso de sus vidas. Monroe y Clift en concreto, apenas pueden recordar las líneas de diálogo en cada toma.
Hundido en sus conflictos personales y abandonado por sus amigos, hartos de su impredecible comportamiento, Clift borda su último momento cinematográfico de entidad en el film Vencedores y vencidos, donde durante tan solo diez minutos interpreta a una víctima de los experimentos de esterilización de los nazis. No fue este su último film, pero sí el mejor testamento posible. Ver al personaje de Clift (que rechazó el papel protagonista de fiscal y prefirió realizar este pequeño trabajo gratis) es verle a él mismo en su peor momento.
Morirá en 1966 de un infarto, justo cuando, gracias una vez más a Elizabeth Taylor, parecía que iba a salir a flote con un papel en el film Reflejos de un ojo dorado, que acabó interpretando Marlon Brando.
Por Marc Monje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario