La vida difícil
Es el mejor ejemplo de la identificación entre personajes y vida. Sus papeles excesivos, frágiles y turbulentos los llevaba en la sangre.
El aura de mito cinematográfico le sienta tan bien a Monty Clift como a James Dean, de hecho hay tres semejanzas en sus vidas que les hermanan como a pocas estrellas: coincidieron trabajando en la misma época, los 50; los dos actores compartieron estrechísima amistad con Elizabeth Taylor, quien casi se convertiría en su mentora; y ambos murieron jóvenes tras unas vidas ajetreadas y rebeldes. Pero, además, en el caso de Monty, los papeles se ajustaban a su vida como un guante a una mano. Se especializó en personajes deprimidos, de vida atormentada, y cuya turbia y profunda mirada expresaba una vulnerabilidad emocional rayana en el desequilibrio.
Edward Montgomery Clift nació en Omaha (Nebraska) el 17 de octubre de 1920. Su precocidad en el mundo de la interpretación fue asombrosa, ya que con 14 años debutó en un teatro de Broadway con "Fly Aways Home". Participó también en una obra de Elia Kazan titulada La piel de nuestros dientes y fue convirtiéndose poco a poco en una celebridad teatral en Nueva York, ciudad donde siempre residió. Su salto al cine le llegó de mano del gran Howard Hawks, bajó cuya dirección rodó Río rojo (1948), obra maestra del western con John Wayne como cabeza de cartel. El mismo año obtuvo la primera de sus cuatro nominaciones al Oscar con Los ángeles perdidos, a las órdenes de Fred Zinnemann, y tras rechazar el papel de William Holden en El crepúsculo de los dioses, se consagró definitivamente con La heredera (1949), de William Wyler. Como se ve, los mejores directores contaban con él: pocos actores interpretaban de modo tan intenso y convincente. Su identificación con el método Stanislavski (vivir el personaje desde dentro) era portentoso. Pero a primeros de los 50 las enfermedades empezaron a mermar su siempre frágil salud y dio comienzo a un largo y doloroso idilio con el alcohol y las pastillas. En 1951 conoció a Liz Taylor en la sobresaliente Un lugar en el sol, de George Stevens. La actriz se convirtió en la mejor y más fiel amiga de Monty, siempre comprensiva con su carácter inestable. Volvió a triunfar cuando Hitchcocok echó mano de él para ser el sacerdote acosado de Yo confieso (1953), pero tras rodar el mismo año con Vittorio de Sica (Estación Termini) y Fred Zinnemann (De aquí a la eternidad) sufrió un accidente de coche del que ya no se recuperaría. Se desfiguró el rostro y, aunque tras varias operaciones de cirugía volvió a trabajar, las drogas y el alcohol se hicieron ya dueños de su vida. Rodó eso sí, obras sobresalientes, como De repente, el último verano (1959), a las órdenes de Mankiewicz, aunque estuvo en un tris de ser expulsado del proyecto por borracho. Sus posteriores trabajos más recordados son Vidas rebeldes (1961), de Joh Huston, donde compartió el ocaso de Clark Gable y Marilyn Monroe, y Vencedores o vencidos (1961), donde ofreció su mejor testamento con diez minutos de actuación asombrosa. Pero la vida de Monty se apagaba prematura e inexorablemente. Su última aparición fue en El desertor, el mismo año de 1966 en que fue encontrado muerto por un ataque al corazón a la edad de 45 años.Pablo de Santiago
26/05/2004
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